Cuando las cosas alrededor son hermosas y amables, cuando de pronto todo se encuentra en positivo y perfecto equilibrio, y el mundo se aprecia grandioso desde la cima del cerro que acabamos de escalar, bajo esas circunstancias lo que quisiéramos es que el tiempo quedara detenido, que el mundo suspendiera su animación, y que se abriera una especie de paréntesis existencial en cuyo interior tú y yo y todas las personas amigas compañeras en este viaje quedáramos a la vez alegres y exentos de fugacidad, contemplándonos y queriéndonos por siempre, compartiéndonos todos mutuamente en ese sinfín de plenitud donde jamás envejeceremos...
Alas era justo alcanzar esa cima, a la que se llega no precisamente volando, y sí volando, precisamente. Pero tu servidor, o sea yo, no se había percatado del todo, embelesado como estaba contemplando las estrellas que brillaban en lo profundo de su ombligo, obnubilado con la idea de que si crees fehacientemente que el instante se perpetúa, habrás conseguido detener la fuga del tiempo. Esto no es así, empero: el mundo sigue y pasa, y la gente se sobrepasa, se sobrepone, se junta y hace su vida, sigue haciendo su vida como si nada, como si la vida fuera la vida y no lo que quiera el poeta, que continúa preguntándose cosas mientras el mundo sigue y sigue.
Esto, supongo, es lo que iba yo pensando al descender del dicho cerro, mas no por la cara afectivamente coherente del camino fácil, sino resbalando por los pedregales y riscos del costado más agreste, con esa incomprensible manía de quien esto escribe de elegir siempre la menos transitada de las rutas posibles. Y las tarántulas y vivoritas se me quedaban mirando como a un turista perdido en los arrabales que intenta pasar inadvertido con gafas oscuras y una mueca de autosuficiencia. Y yo por dentro preguntándome con cierta autorrecriminación qué hay de malo, después de todo, en el camino fácil, y qué hay de bueno, en fin, en atravesar páramos agrestes que terminan o bien conduciendo al mismo destino, o bien no conduciendo a ninguna parte...
Al mismo tiempo preguntábame por qué no había nadie más a mi alrededor (si apenas hace un rato, con el auditorio lleno, en la fiesta estupenda, yo...), preguntábame por qué todos habían optado por tomar el camino fácil, afectivamente coherente, racionalmente sensual, etcétera, etcétera. Y lo único que me respondía era un sonido sarcástico y solitario de grillitos, (de grilletes con los que quise capturar al tiempo), como en una mala película o peor pesadilla en la que el Palacio de Bellas Artes aparece abandonado y en ruinas, cubierto de telarañas y a oscuras, en una desolada y apocalíptica visión de mi ciudad que incluye la fluida circulación de inmensos cardos como de pueblos fantasma en dibujos animados, una fantasmagoría de esqueletos de edificios, y yo como el único sobreviviente en busca de alguien que me explique qué carajos sucedió...
O como el tipo ése que se quedó dormido y cuando despertó habían pasado un par de centurias y todo era distinto distinto y tampoco entendía nada...
Pero no:
Lo que sucedía era la resaca. Creo. (Espero.) Y hasta hace unos días no me había percatado.
Lo que sucedía era la resaca, pero aunada también a cierta consustancial parálisis característica.
La resaca.
La cruda.
El síndrome de abstinencia.
Y también ecos:
Ecos variante de la misma ilusa idea:
Si dejas las cosas inconclusas, los relojes se detienen.
(Y bueno:) Y si los relojes se detienen es que el tiempo dejó de fluir.
Idea bienintencionada, por cierto, por desgracia.
Para combatir tal estancamiento y propiciar dinamismo, estoy por mudar todo a Facebook, o a un sitio similar donde me sea posible centralizarme y estar en la red de manera más flexible.
De modo que cuando esté todo listo daré a conocer la liga correspondiente.
Agradezco tu paciencia y tu curiosidad, y aguarda noticias aquí mismo...
[La foto fue tomada en 1998]
Kathrin Schmidt
-
*Foto: dpa*
*[…Retomo después de unos *nemontime* o días-muertos-de-fin-de-año que se
prolongaron de más y otras historias que no vienen a cuento: diga...
Hace 9 años